Para quien haya visto Transformers (Dreamworks, 2007) en estas últimas semanas, seguro estará de acuerdo conmigo en que la película, una vez vista, deja una sensación extraña en la retina. Claro: ahí están las figuritas de acción que uno se compraba en la feria por la mitad del precio que en “Rochet, el castillo del juguete caro”; Optimus Prime, Rachet (como Rochet, pero con a), Megatrón, Starscream, etc, aunque mil veces mejorados y complejizados con la última chupá del mate con que se pudo rajar la prodigiosa empresa de George Lucas, IML. Al lado de los monstruos metálicos de la película, los juguetes de nuestra infancia parecen las versiones cuneta de los bisabuelos androides de los Power Rangers, o sea, muy mulas. Los Autobots y Decepticons del celuloide son fruto de un trabajo de animación enorme, que seguro se lleva el Oscar a mejores efectos especiales en los próximos premios de la Academia. Ante tamaño despliegue visual, lo único que espera uno es que a nadie en Hollywood se le ocurra hacer “Rubick: La Película ”, porque si pudieron marearnos tanto con uno monos que en el original eran dos cubos pegados que de repente se hacían autos, imagínense lo que nos espera.
Pero por muy confusas que sean las transformaciones de estas bestias metálicas o por muy colgados que quedemos con algunas escenas de acción (apróntense a la que tienen Optimus Prime y Bonecrusher en plena autopista de Los Ángeles), la película consigue con creces evocar los viejos juguetes, monos animados e historietas que volvían locos a los más viejos. Y para los más jóvenes, la película nos basta y nos sobra para quedar comentándola con los amigos hasta que llegue la 2 (que hasta ahora se cree que será una precuela). Mientras tanto, ahí están los monos; gócenselos.
Pero por muy confusas que sean las transformaciones de estas bestias metálicas o por muy colgados que quedemos con algunas escenas de acción (apróntense a la que tienen Optimus Prime y Bonecrusher en plena autopista de Los Ángeles), la película consigue con creces evocar los viejos juguetes, monos animados e historietas que volvían locos a los más viejos. Y para los más jóvenes, la película nos basta y nos sobra para quedar comentándola con los amigos hasta que llegue la 2 (que hasta ahora se cree que será una precuela). Mientras tanto, ahí están los monos; gócenselos.
Ahora bien, el atractivo de Transformers, como el de la mayoría de las superproducciones que arrasan la taquilla en todos los países del globo, se queda en los puros ojos. La película es una larga pegatina de peleas, chistes tontos y personajes que pesan menos que un paquete de cabritas. Salvo por los robots, y el otro deleite a la vista que es Megan Fox haciendo de la compañera amorosa de Shia Leboeuf (el próximo Tom Hanks, acuérdense de mí), la película bien puede disfrutarse gratis en la comodidad de vuestros sillones y gracias a la próspera industria cunetera, en un DVD que, si se raya, o no te gusta la película, da lo mismo, porque solo perdiste la luka de vuelto que te quedó de comprarle el pan a tu mamá.
El éxito de Transformers sólo demuestra lo poco exigente que podemos llegar a ser el público en términos cinematográficos, o, si nos ponemos más exquisitos (esto va pa’ los que también leen) lo importante que puede llegar a ser el significante, por sobre el significado, en nuestra cultura visual moderna… cómo les quedó el ojo wachitos. La película, se me olvidaba, está dirigida por Michael Bay, o sea que es básicamente Armaggedon con robots Transformistas en vez de meteoritos gigantes, dura 144 min., y está calificada para todo público. Lo mejor de la película, una persecución aérea entre Starscream y algunos aviones caza del ejército gringo. Es corta, pero vale la pena.
Por Diego P.
Trailer
'HiDrA' - TeReKe - Fabián Millán
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